17 octubre 2008

La sociedad “dividida” de Benedicto XVI: Religión y cerebro social


El pasado 6 de octubre el periódico El País se hizo eco del sínodo general de obispos que se celebró en Roma en el que el papa Benedicto XVI “alertó de la pérdida de influencia del cristianismo en países que en otros tiempos fueron ricos en fe y vocaciones”. En este artículo de El País se pueden leer algunas de las manifestaciones del sumo pontífice durante este acto. Entre ellas me gustaría destacar la siguiente:

“Al desembarazarse de Dios y convertirse el hombre en propietario absoluto de sí mismo y único patrón de la creación se expanden el arbitrio del poder, los intereses egoístas, la injusticia y la explotación (…). Al final, el hombre se encuentra más solo y la sociedad está más dividida y confusa”

¿Acaso la creencia en Dios tiene algo que ver con la cohesión social? Parece que sí y de hecho se acaba de publicar una revisión en la revista Science (“The origin and evolution of religious prosociality”, se puede leer aquí) que describe la perspectiva de nuevas teorías evolutivas acerca de la influencia de la religión en las sociedades humanas. Anteriormente, ya se habían propuesto teorías evolutivas que sugieren que las creencias y las conductas religiosas “facilitan” las interacciones sociales, aunque no había consenso científico acerca de los mecanismos implicados. Una nueva versión de estas teorías propone que la religión (creencias y conductas religiosas) es un producto cultural que engloba una serie de tendencias psicológicas que evolucionaron en el pleistoceno y que en origen servían para otros propósitos, como inferir el contenido de otras mentes y dar un valor social a la reputación. Estas tendencias se habrían expandido, en parte gracias a la competencia entre distintos grupos, debido a que facilitarían la cooperación dentro de grupos grandes.

Entre los mecanismos psicológicos que habrían favorecido la cooperación social en el transcurso de la evolución estarían los procesos cognitivos relacionados con la creencia en agentes sobrenaturales. Desde este punto de vista, la ventaja evolutiva de creer en entes sobrenaturales (como dioses) es que la cooperación en el grupo se mantendría incluso en ausencia de un control social ya que habría una “vigilancia sobrenatural”. En este contexto, hay estudios controlados que muestran que la activación inconsciente de conceptos relacionados con Dios reduce el grado de engaños dentro de un grupo y además puede aumentar la generosidad entre desconocidos. Otro dato; parece que tanto el tamaño de grupo social como su supervivencia en el tiempo (ver figura) está correlacionada con culturas que basan su moral en deidades.

¿Y qué tiene que ver la cohesión social con la evolución humana? Parece que mucho y de hecho una reciente revisión en la misma revista Science (Evolution in the social brain) describe la llamada Hipótesis del cerebro social que consiste en que la complejidad social es el factor preponderante en el aumento del tamaño del cerebro de primates a lo largo de la evolución. Hipótesis previas habían sugerido que el aumento del tamaño cerebral en primates, y otros mamíferos, se debe principalmente a imperativos ecológicos como la necesidad de encontrar alimentos. Sin embargo, estas hipótesis parecen incompletas ya que cerebros más pequeños podrían ser suficientes para adaptarse a estas necesidades ambientales. La Hipótesis del cerebro social sostiene que la complejidad social y los mecanismos que potencian la cohesión social son la presión de selección responsable de que aumentase el tamaño del cerebro durante la evolución. Según esta hipótesis los individuos que viven en grupos sociales estables se enfrentan a demandas cognitivas que no tienen que afrontar los individuos que viven independientes. Entre estas demandas cognitivas estarían el mantenimiento de la cohesión social del grupo y la coordinación de su conducta con la de otros miembros del grupo. Otro dato; el tamaño del cerebro en primates se correlaciona con diferentes índices de complejidad social tales como el tamaño del grupo social.

Entonces, ¿el Papa tiene razón y una sociedad sin Dios está más dividida y confusa?
Ciertamente, según los estudios mencionados, hay patrones de conducta, algunos de los cuales se englobarían dentro de las creencias religiosas, que están grabados en nuestro cerebro a lo largo de miles de años de evolución y que han moldeado las sociedades humanas. Pero no olvidemos que estos patrones conductuales, y los correspondientes circuitos cerebrales implicados, se han desarrollado porque, en último término, favorecen la supervivencia y una reproducción más eficiente.

En cambio, la sociedad dividida que pregona Benedicto XVI no tiene nada que ver ni con el cerebro ni con la conducta social humana, entendida en términos biológicos. Para entender la sociedad dividida del Papa no hace falta hacer estudios ni investigaciones. Sólo tener el don de la fe. Y con esto es suficiente para saber que una sociedad dividida es la que desafía a Dios, que es un ente real (con barba blanca y camisón, quizá) y no un producto cultural de nuestra evolución. Y eso le permite tener la certeza de que, pese a que la sociedad se ha olvidado de Dios, “Al final vence Cristo, ¡siempre!”.


Tito