21 abril 2010

La neurobiología de un Dios inexistente


Dios existe y está en nosotros, ¡tenemos pruebas de ello cada día!
Supongamos que yo le hago a usted una aseveración como ésta. A lo mejor a usted le gustaría comprobarlo, convencerse usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido mucha gente que ha afirmado la existencia de Dios, pero ninguna prueba real de su influencia en nuestro mundo. ¡Qué oportunidad!

- ¡Muéstremelo! – me dice usted

- La percepción de la belleza y el amor, la empatía y el altruismo en nuestra relación con los demás, nuestra conducta moral diferenciando lo Bueno de lo Malo… -le contesto yo.

Usted cavila durante unos instantes, repasa todas esas cualidades de la conducta humana, pero no ve la influencia de Dios por ninguna parte.

- ¿Dónde está Dios ahí? –me pregunta.

- Oh, está ahí, en todas esas cualidades –contesto yo moviendo la mano vagamente-, lo que ocurren es que pasa desapercibido en el día a día, si uno no lo estudia con detalle.

Entonces usted me trae un grupo de individuos para evaluar en ellos su capacidad para percibir la belleza y el amor y así demostrar que la causa de dichas cualidades tan humanas sólo puede ser explicada a través de la inspiración divina.

- Buena idea –replico-, pero me olvidé de decir que la belleza y el amor no son el mejor ejemplo para observar la acción de Dios. La activación de áreas del cerebro como la corteza cingulada, la corteza orbitofrontal y otras áreas motoras podrían explicar nuestra percepción de la belleza y el amor (1).

Me propone entonces estudiar en la conducta de los individuos la empatía y el altruismo al someterlos a situaciones límite para poner de relieve estas conductas sociales y por tanto ver la influencia de Dios.

- Buena idea, -le digo de nuevo- pero la influencia de Dios no se verá de manera nítida en la empatía y el altruismo ya que tienen un sustrato neurobiológico bien descrito. Estas capacidades sociales dependen de la actividad de distintas áreas de la corteza cerebral, el hipotálamo o la amígdala (2).

Entonces me propone utilizar un protocolo para estudiar en estos sujetos la toma de decisiones morales. “De esta manera deberíamos ser capaces de revelar la sagrada influencia divina”, dice usted cargado de razón.

- Buena idea, -replico-, pero Dios no dirige de manera directa nuestras decisiones morales ya que dependen en gran parte de la actividad de la corteza prefrontal ventral (3). De hecho, se ha demostrado que lesiones en estas áreas crean un conflicto en nuestra visión de lo Bueno y lo Malo. Incluso –le digo convencido- se ha sugerido que los psicópatas pueden tener dañada esta área cerebral

Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba conductual que usted me propone realizar convencido de que en esas pruebas la influencia divina no es necesaria o no aparecerá.Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un Dios que no actúa en nuestra percepción de la belleza y el amor, no influye en nuestra relación con el prójimo y tampoco dirige nuestras decisiones morales…, y un DIOS INEXISTENTE? ¿Qué significa decir que mi Dios existe? Al final, lo que yo le pido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.

Tito (Basado en “Un dragón en el garaje” de Carl Sagan)

(1) Kawabata and Zeki. “Neural correlates of beauty” Journal of Neurophysiology. 91: 1699-1705 (2004); Zeki S. “The neurobiology of love” FEBS Letters 581: 2575-2579 (2007).
(2) Miller G. “A quest for compassion” Science 324: 458-459 (2009); Immordino-Yang, McColl, Damasio and Damasio. “Neural correlates of admiration and compassion” PNAS 106: 8021-8026 (2009); Xu, Zuo, Wang and Han. “Do you feel my pain? Racial group membership modulates emphatic neural responses” Journal of Neuroscience 29:8525-8529 (2009).
(3) Moll and de Oliveira-Souza. “Moral judgements, emotion and the utilitarian brain” Trends in Cognitive Sciences 11: 319-321 (2007); Funk and Gazzaniga. “The functional brain architecture of human morality” Current Opinion in Neurobiology. 19:1-4 (2009).