16 febrero 2007

"Los pacientes siempre mienten" (House)


Curiosa la máxima del Dr. House en la popular serie de televisión. La utilizo como excusa para mencionar un interesante artículo que desmonta falsas creencias basadas en el "sentido común".
¿Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo? Este es el título del artículo escrito por Jaume Masip, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Salamanca (1). El título es de lo más atractivo, puesto que, efectivamente, por muy escépticos que seamos, tenemos cierta tendencia a aceptar de forma poco crítica afirmaciones derivadas del “sentido común”, del refranero o de la sabiduría popular.

La mayoría de las personas (¿también los que nos consideramos escépticos?) creen conocer ciertos indicios que les permiten detectar los que nos intentan engañar. Por ejemplo, muchas personas piensan que aquellos que están mientiendo apartan la mirada y que esto es una forma que podemos usar para detectar una mentira (“mírame a los ojos y dime la verdad”). ¿Cuánto de cierto hay en ello? Para contestar de basándose en pruebas (y no en intuiciones), Masip hace una revisión exhaustiva de los estudios científicos que se han llevado a cabo sobre la detección no-verbal del engaño. Más que referirme a las conclusiones o resumir su trabajo (cuya lectura recomiendo), sólo apunto algunas ideas.

Para empezar, no es cierto que tengamos una gran capacidad para detectar a una persona que miente usando sólo indicadores no-verbales. Los meta-análisis que se han hecho sobre la capacidad de detectar engaños han arrojado como resultado que la precisión humana para juzgar correctamente una declaración como cierta o falsa está en torno al 55%. Una capacidad muy limitada si se piensa un poco: de cada 100 declaraciones, como promedio 45 se juzgan erróneamente... poco más acertado que tirar una moneda al aire para saber si alguien miente o no. De hecho, en realidad somos más certeros al detectar la verdad que al detectar la mentira. Nuestra precisión al detectar una verdad se eleva al 60% mientras que la precisión al detectar una mentira está por debajo del 49%. Tal diferencia parece deberse, simplemente, a que tendemos a considerar que los demás dicen la verdad (un 55% de las ocasiones en lugar del 50% esperable por azar) (2).

Pero todos sabemos que los policías, los detectives, los jueces… (¿también los médicos?) tienen habilidades especiales para detectar a los mentirosos... ¿o no? Los resultados de los estudios no apoyan tal afirmación del “sentido común”. Los considerados “expertos” no tienen una precisión mayor que los “no-expertos” en detectar mentiras. En realidad, lo que hacen los "expertos” (como el Dr. House) es tener un sesgo contrario al de la población general: tienden a considerar que los demás mienten, con lo que su precisión para detectar mentiras se eleva ligeramente a costa de reducir su precisión para detectar verdades.

El Dr. House no es muy original con su afirmación; es lo que suelen decir todos aquellos en cuyo trabajo es importante detectar mentiras. Considerando que todos mienten es, desde luego, infalible detectando las mentiras… pero no acierta nunca al detectar verdades…

Para los interesados en saber si realmente existen indicadores no-verbales que sean útiles para detectar mentiras recomiendo que lean el artículo mencionado (e intenten evitar creerse las afirmaciones del sentido común de forma acrítica).

Cupri
(1) Masip J. ¿Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo? Sabiduría popular frente a conocimiento científico sobre la detección no-verbal del engaño. Papeles del Psicólogo 2005; 26: 78-91. Disponible en: http://www.cop.es/papeles/vernumero.asp?id=1248
(2) Curiosa circustancia. ¿Por qué los humanos tendemos, en general, a considerar que los demás dicen la verdad? ¿Se trata de un artefacto de la investigación o es realmente así? Y si es así ¿qué explicación neurobiológica existe para ello? Pero eso es otra cuestión...

12 febrero 2007

Neuroconcienciación


Recuerdo que la lectura de El gen egoista de Richard Dawkins tuvo un efecto tremendo en la forma en la que yo entendía la teoría de la evolución (NOTA). Como biólogo conocía los mecanismos de la selección natural pero no era "consciente" del significado profundo que este fenómeno natural tiene para la comprensión de la vida y "su sentido". A este proceso de concienciación hace referencia Dawkins en su último libro The God delusion, alertando que tras haberlo vivido ideas como el diseño inteligente dejan de tener ningún sentido. El último libro de Dawkins está dedicado sin embargo a otra concienciación que Dawkins quiere provocar entre sus lectores: la de los peligros de la educación religiosa de los niños y sus terribles consecuencias en el mundo moderno. Reconozco que a diferencia de El gen egoista, este libro no ha tenido el mismo efecto sobre mi, principalmente porque, debido a mi ateismo y anticlericalismo, ya estaba concienciado sobre dichos peligros. Me sitúo como Dawkins en el nivel 8 (del 1 al 9) de una escala de teismo que el autor de The God delusion propone. Es decir, considero tan improbable la existencia de Dios (el nivel 9 es la certeza absoluta de la no existencia de Dios), que actúo como si realmente no existiera y, en consecuencia, no considero especialmente respetables las opiniones provenientes de las autoridades religiosas ni validos los argumentos fundamentados en la creencia en Dios (revelación divina).

Pero en este apunte quiero hablar de otro tipo de concienciación, a la que hace mención el título, y que consiste en darse plena cuenta del alcance y limitaciones de las capacidades de nuestro cerebro. En realidad esta conciencia esta presente en el contenido de este bitácora y en su misma existencia como queda reflejado en el artículo que le sirvió de punto de partida (¿Cómo funciona el cerebro? Desmitificando el "poder de la mente"). Esta concienciación supone, por ejemplo, entender los mecanismos de la percepción, no sólo qué es lo que se puede o no percibir sino también como se percibe y como en determinadas circunstancias nuestros sentidos "nos pueden engañar" (como en el caso de las ilusiones ópticas, tema del último apunte en Psicoteca). También implica entender los límites de funciones cognitivas como la memoria, tema de nuestro anterior apunte (Regresando al futuro... con nuestros recuerdos), de cómo pequeñas lesiones pueden transformar la conducta de una persona como si del Dr. Jekyll y Mr. Hide se tratara (como nos enseñó el caso de Phineas Gage), y, por tanto, que lo que nos hace "genuinamente humanos" está firmemente arraigado en nuestro cerebro, de manera que no existe un alma inmortal que anima, valga la redundancia, el kilo y cuarto de masa encefálica alojada en el cráneo (con todo lo que esto implica para la religión, como ya comentamos en El cerebro: ¿el último refugio de Dios? I y II). Y, volviendo al comienzo del apunte, todo esto cobra sentido a la luz de la evolución biológica: nuestro cerebro no es más que un órgano fruto de las presiones de la selección natural, como lo son nuestras manos, o nuestro corazón, de manera que su estructura y función han permitido que el individuo (es decir, los genes que porta el individuo) se perpetúe en unas condiciones ambientales determinadas.

Pero quisiera alertar de algún peligro relacionado con esta concienciación, de la misma manera que Dawkins hace en relación a la evolución, y que acecha incluso en las páginas de esta bitácora. Lo ilustraré con un ejemplo. Cada vez está más claro que el cerebro construye "un modelo" de la realidad utilizando no sólo lo que nos es accesible a través de nuestros sentidos sino también utilizando nuestra experiencia previa. Esto hace que cada individuo pueda percibir de forma diferente un determinado estimulo y que este pueda tener un significado particular, sobre todo en términos emocionales. Pero el concepto "modelo de la realidad" puede ser sacado de contexto por determinados personajes para "demostrar" que la realidad no existe y que incluso puede ser creada por cada uno de nosotros (como se sugiere en la película Y tú ¿qué sabes?). De igual manera que los biólogos evolutivos corren el peligro de ser malinterpretados por los creacionistas de turno, al utilizar palabras como "diseño" con fines divulgativos, los neurocientíficos pueden ofrecer "falsas justificaciones" de determinados poderes extraordinarios de la mente al intentar explicar en términos sencillos cómo funciona el cerebro (un tema muy susceptible a este tipo de malinterpretaciones es el de la actividad subconsciente como ya se ha comentado en esta bitácora: ¿Un lugar en el cerebro para el "sexto sentido"?).

Para finalizar sólo comentar la importancia de esta concienciación en ámbitos como el de la salud. Si los responsables de sanidad en la Generalitat de Cataluña fueran conscientes de la capacidad del cerebro de modificar la percepción del dolor o de reducir el estrés psicológico asociado con el sentimiento de estar enfermo (efecto placebo), nunca habrían dado a luz el decreto que regula las terapias mal llamadas alternativas, todo un ejemplo de irracionalidad legislativa (como se ha comentado, por ejemplo, aquí y aquí). En fin, que aún queda mucho por hacer.

Lupe

NOTA: El próximo 12 de febrero se celebra el día de Darwin y la única celebración en España será la jornada de conferencias titulada La Teoría de la Evolución y los cuentos creacionistas organizada, entre otros, por el Circulo Escéptico

03 febrero 2007

Regresando al futuro... con nuestros recuerdos


Durante la investigación del atentado de Oklahoma en 1995 la policía estuvo buscando a un posible cómplice de Timothy McVeigh, el autor del atentado, que había sido visto por un testigo en compañía de éste. Posteriormente se descubrió que el testigo mezcló en su recuerdo la escena de haber visto a McVeigh el día del atentado con otra un día después en la que vio a una persona junto a alguien que se parecía a McVeigh. Los testigos del “asesino del tarot”, el francotirador que aterrorizó Washington en 2002, recordaban haber visto una furgoneta blanca en la escena del crimen. Cuando se detuvo al responsable de los asesinatos conducía un coche azul. La modificación del recuerdo de los testigos se debió a una “intoxicación” de los medios de comunicación que informaron de la presencia de una furgoneta blanca cerca de lugar donde se produjo el primer asesinato. Estos ejemplos ponen de manifiesto que nuestros recuerdos no son una reproducción literal del pasado, sino que se elaboran reuniendo fragmentos de información de diferentes fuentes. Es más, nuestros recuerdos no son algo fijo sino que pueden ser modificados drásticamente o incluso creados desde cero por influencia de nuestra imaginación o de las narraciones de acontecimientos hechas por otros (falsos recuerdos). Pero nuestros recuerdos erróneos son considerados muy “reales”, en ocasiones tanto como los más precisos. Muchas son las consecuencias de este funcionamiento de la memoria, y entre las más importantes esta el cuestionamiento del valor de los testimonios individuales en, por ejemplo, un proceso judicial (“Our changeable memories: legal and practical implications”). En este contexto conviene recordar que la gran mayoría de las pruebas a favor de muchos fenómenos paranormales son precisamente testimonios individuales. El ejemplo paradigmático es el de las abducciones extraterrestres en las que el recuerdo de la experiencia es creada más o menos intencionadamente por los psicólogos (especialistas en abducciones) a los que acuden las supuestas víctimas.

Pero ¿por qué es tan poco precisa nuestra memoria? Un primera respuesta sería que no es necesaria esa precisión. Los errores nos mostrarían una adaptación del sistema, no un defecto: es más “económico” recordar sólo los aspectos fundamentales de un episodio vivido. En un reciente ensayo publicado en la revista Nature (“The ghosts of past and future”) se sugiere una explicación alternativa mucho más desafiante: que los recuerdos no son reconstrucciones del pasado sino del... futuro. Al fin y al cabo la información sobre nuestras experiencias pasadas sirve para anticipar lo que ocurrirá en el futuro. Pero como el futuro no es una replica del pasado, es más útil “simular” lo que nos va a ocurrir, con toda la información disponible, y “crear” un episodio imaginario que nunca ocurrió en esa forma exacta. Si bien esta hipótesis no ha sido demostrada experimentalmente, algunos datos clínicos de enfermos neurológicos y psiquiátricos cuadran con ella. Y sobre todo varios estudios de neuroimagen mostrando que las áreas cerebrales que se activan cuando recordamos episodios de nuestra vida pasados y cuando imaginamos episodios futuros son muy similares (NOTA). Sin duda esta hipótesis será muy estimulante para el diseño de futuros estudios sobre un campo tan importante como el de la memoria. Y también para la especulación: ¿ha sido la capacidad de imaginar escenarios futuros el motor para el desarrollo evolutivo de la memoria episódica? (“The Janus face of Mnemosyne”).

Lupe

NOTA: En Psicoteca se comenta uno de estos estudios (El cerebro recuerda el pasado al imaginar el futuro). Aprovechamos para comentaros nuestro reciente descubrimiento de Psicoteca y para recomendáros que os deis un "paseo virtual" por esta interesante bitácora.