17 febrero 2008

Una breve historia acerca de la “Esencia Específica de Cada Humano”

Fue hace ya mucho tiempo cuando ocurrió lo impensable. Todo quedó destruido, desolado, no permaneció piedra sobre piedra. De esa hecatombe sólo quedaron unos pocos, que tuvieron que empezar de cero. Crearon el fuego, el agua, la luz... (otra vez) y también las nuevas sociedades humanas. Y lo que hicieron parecía bueno. Así comenzó un nuevo ciclo de la humanidad.

Y surgieron las mismas preguntas. ¿Quiénes somos? ¿Por qué somos como somos? ¿Qué hay más allá? La búsqueda de la esencia de la Naturaleza Humana. Aquello que no tiene explicación pero que está en cada uno. La herencia de los Dioses.

Y encontraron restos, pocos, del pasado. Algunos en forma de libros y documentos. Entre ellos unas cuantos textos incompletos que por primera vez hablaban de aquello, de lo misterioso, de lo que nadie sabía y todos querían saber. Estaban escritos en un lenguaje diferente y sintético, no fácil de comprender. Un lenguaje sagrado, quizá. Hablaban de la “EECH” y por su descripción parecía la intersección entre lo humano y lo divino. Aquellas siglas escondían respuestas, sólo había que interpretar con la “inspiración” adecuada. Los hermeneutas se pusieron manos a la obra, noche y día, sin descanso. Entonces, les fue revelado el sentido de lo que llamaron la “Esencia Específica de Cada Humano”. Y un sabio acuñó la frase: “Dadme la EECH y moveré el mundo”.

Aquellos textos hablaban de la conciencia humana, de cómo se crea el mundo a nuestro alrededor. Hablaban del poder de nuestros sentidos, la visión, el oído, el tacto, el gusto y el olfato, y también de un sentido de identidad. También describían el movimiento y junto a él la motivación, y cómo llega la recompensa cuando somos felices. Aquellos textos explicaban cómo se crean nuestras emociones y nuestros sentimientos. El miedo, el dolor, el amor y la belleza. También hablaban de la moral, del Bien y del Mal. De cómo las buenas y las malas acciones surgen de nuestro interior. Del altruismo, el egoísmo y la justicia. Alertaban acerca de las enfermedades del espíritu y cómo podían paliarse. Y también describían caminos para entrar en contacto con el más allá, con los dioses y los espíritus del otro lado. Hablaban, en definitiva, de lo que somos los humanos.

Algunos creyeron ver en estos textos la mano de sus fantasmas o el poder de los espíritus de otros mundos. Otros, sus dioses con claridad revelada. “La Esencia Específica de Cada Humano” generó muchas discusiones. Se llevaron a cabo complejos concilios con el único fin de reconstruir y completar los textos de acuerdo a estas o aquellas interpretaciones. Se crearon instituciones y escuelas que los pusieron a buen recaudo y aconsejaron su lectura.

Hace poco tiempo se encontraron nuevos restos del pasado. Entre ellos, lo que parecían ser nuevas partes del llamado Libro de la “Esencia Específica de Cada Humano”. Sin embargo, y aunque generó mucha expectación, este descubrimiento no fue tan celebrado como el anterior. Estos nuevos hallazgos fueron desconcertantes, no se entendieron o no se quisieron entender. Se identificaron con certeza las primeras páginas del misterioso Libro. Y en ellas, en letras grandes, un título: “Electrodos de Estimulación Cerebral para Humanos”. Los hermeneutas no dieron el visto bueno a estos nuevos hallazgos y su contenido se ocultó y se ignoró. Algunos aplaudieron esta decisión, otros hablaron de conspiración y los más críticos pensaron que estamos diseñados para ser estúpidos. Simplemente, un nuevo ciclo de la humanidad tocaba a su fin.

Tito

01 febrero 2008

¿Qué entendemos por (neuro)-pseudociencias?

Quizá todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de pseudociencias o de pseudocientíficos. Según el Diccionario Escéptico “Una pseudociencia es un grupo de ideas basadas en teorías presentadas como científicas cuando en realidad no lo son”. Parece obvio. Sin embargo, a juzgar por lo que podemos escuchar o leer en determinados medios de comunicación (algunos de gran audiencia) la diferencia entre ciencia y pseudociencia se presenta mucho más confusa. Las pseudociencias aparecen juntas y revueltas con las ciencias (probablemente de manera intencionada), o en su caso disfrazadas, tanto en el discurso como en el contenido, de teorías científicas. Y como consecuencia, “en la calle”, ciencia y pseudociencia se perciben como similares. O incluso peor. La pseudociencia se ve como más atractiva ya que parece poseer las cualidades de la ciencia (rigor, conocimiento objetivo) pero con ventajas sobre ella (más desafiante, menos sectaria). Y el problema es que cara a la opinión pública no parece fácil desacreditar a las pseudociencias, por muchos y buenos argumentos que se presenten. Por un lado, ningún medio de masas se hace eco de los argumentos esgrimidos en contra de las pseudociencias (¿audiencias?); y por otro, los intentos de desacreditación de estas falsas ciencias se interpretan, de manera interesada, como un ataque en contra de aquellos que quieren saber la verdad y no se “limitan” a la ciencia convencional.

Hay sobre todo dos ideas infundadas, de las muchas que a buen seguro se podrían mencionar, que según mi opinión tienen mucho que ver con la buena prensa de la que goza la pseudociencia.

La pseudociencia es sinónimo de “mente abierta” Estoy cansado de escuchar esto. La pseudociencia implica a investigadores/científicos de mente abierta y capaces de mirar más allá de lo establecido, que presentan hipótesis y datos alternativos para explicar fenómenos “reales” que la ciencia no puede/quiere explicar por ser dogmática y limitada. NADA MÁS LEJOS DE LA REALIDAD. La ciencia, por definición, implica “mente abierta”, en el contexto de inquietud por responder nuevas preguntas que surgen constantemente al tratar de conocer el mundo que nos rodea. Pero no vale cualquier respuesta. La ciencia busca respuestas que se aproximen a la realidad. ¡Y aquí está la verdadera y fundamental diferencia entre ciencia y pseudociencia! ¿Cómo obtenemos respuestas útiles? Con pensamiento crítico (y no sólo con mente abierta). El pensamiento crítico implica una serie de reglas (o método) con la pretensión de que aquello que nos preguntamos fructifique en conocimiento real y objetivo. Y esto a su vez implica contrastar información y buscar elementos de juicio, pruebas que apoyen las hipótesis planteadas.

Un ejemplo, “El caso Andresito” (testimonios del supuesto fantasma de un niño en un edificio antiguo; recientemente publicado por Íker Jiménez en El País). Con este caso (y otros similares) se propone la posibilidad de que los fantasmas son entidades reales (sin presentar pruebas, sólo testimonios) aun cuando su existencia va en contra de todo lo que se conoce en Física y Biología. ¿Es esto tener mente abierta? ¿Qué aporta esto al conocimiento de la realidad? Otro ejemplo (de mi cosecha). “El caso de las llaves”. Yo estoy convencido de haber dejado mis llaves encima de una estantería pero más tarde aparecen encima de una mesa. Con este caso (y otros similares) se puede proponer la existencia de duendes misteriosos que cambian los objetos de lugar. ¿Es esto tener mente abierta? Y si, por el contrario, se sugiere, teniendo en cuenta todo lo que se conoce con certeza acerca de fantasmas, duendes y el cerebro humano, que estos casos no tienen causa real (sobrenatural) externa. Que, más bien, tienen que ver con el funcionamiento normal de nuestro cerebro (memoria, percepción...). ¿Es esto tener mente cerrada? ¿Poco desafiante? ¿Aburrido, tal vez? Pero..., de qué se trata, ¿de saber la verdad o de que la explicación nos parezca interesante y atractiva?

La pseudociencia investiga “hechos” que la ciencia no puede explicar. Negar que el conocimiento científico pueda explicar los supuestos fenómenos paranormales implica que los investigadores de dichos fenómenos conocen y están al día de los avances científicos en el campo correspondiente. Tomemos el caso de los poderes de la mente. Es opinión generalizada que fenómenos como la telepatía, la precognición o la percepción extrasensorial existen realmente o al menos se duda de su existencia. Estoy seguro de que muchos podrían certificar experiencias de este tipo, avaladas por los parapsicólogos de turno. ¿Están estos parapsicólogos al día en el conocimiento acerca de la fisiología del cerebro para afirmar con seguridad que la ciencia es incapaz de dar una explicación alternativa a estos fenómenos? Creo sinceramente que no. Jamás he oído a ningún parapsicólogo hablar de la telequinesia en el contexto de la actividad neuronal, con argumentos a favor o en contra de lo que se conoce en neurofisiología, a pesar de los espectaculares avances que se están obteniendo en los llamados interfaces cerebro-máquina. Nunca he escuchado a ningún investigador paranormal mencionar la fragilidad “fisiológica” de la memoria cuando trae a colación testimonios como elementos claves en una investigación. Ningún parapsicólogo habla de los mecanismos cerebrales de la percepción de la realidad y sus alteraciones en condiciones fisiológicas o patológicas cuando propone la existencia de un “más allá de la muerte” o las experiencias fuera del cuerpo. Podríamos poner más ejemplos... ¿Cómo se puede proponer que usamos el 10% de nuestro cerebro o que poseemos percepción extrasensorial si se ignora (o no se tiene en cuenta) lo que se sabe del cerebro?

Nosotros pensamos en esta bitácora que un mayor conocimiento del cerebro puede incentivar el pensamiento crítico, de manera que resulte obvio que estos fenómenos no existen. Para lo cual es necesario divulgar el hecho de que fenómenos aparentemente sobrenaturales pueden ser naturales y fisiológicos.

Pero, en último término, lo importante es si somos capaces de transmitir con claridad meridiana la diferencia entre ciencia y pseudociencia. Y por eso pongo encima de la mesa las siguientes preguntas:

1.- ¿Qué entendemos por pseudociencia? (¿Cuál es la principal diferencia entre ciencia y pseudociencia que querríamos transmitir si tuviésemos la oportunidad de participar en un programa de difusión nacional?)

2.- ¿Puede la ciencia dar alternativas comprensibles a los fenómenos que contempla la pseudociencia?

Tito