22 septiembre 2006

A veces percibo una presencia extraña


Todo transcurre en una vieja Facultad de Medicina de una famosa Universidad, prestigiosa en tiempos pretéritos, pero ahora sólo conocida por los sucesos inexplicables que allí parecen suceder. Sucesos que atraen la curiosidad de un investigador y una paciente:

Investigador: Dime, ¿sientes o percibes algo?
Paciente: Tengo la impresión de que alguien está detrás de mí.
Investigador: ¿Puedes explicarlo mejor?
Paciente: Es una persona joven, como una sombra que no habla o se mueve. Está justo detrás de mi espalda, casi pegado a mí, aunque no lo siento. Imitando mi posición. ¿Usted no lo ve, doctor?
Investigador: No. Pero, dime, ¿todavía lo percibes?
Paciente: Sí..., él está sentado y me rodea con sus brazos. ¡Esto no me gusta!
Investigador: ¿Estás segura?
Paciente: ¿Pero no se da cuenta, doctor? Está justo a mi derecha, e intenta quitarme los papeles que tengo en la mano. ¡Él no quiere que los lea...!

Un silencio. Y muchos misterios. De nuevo parece evidente que ahí fuera existen otros seres, tan reales como nosotros, que nos visitan, o incluso, que viven en mundos paralelos al nuestro, en otras dimensiones, fuera de lo que la cuadriculada y obtusa ciencia es capaz de interpretar como nuestro mundo real. Parece evidente...

Investigador: ¡Muchas gracias por tu colaboración! Los experimentos de estimulación eléctrica de tu corteza cerebral, área parietotemporal, han resultado muy interesantes y valiosos (Induction of an illusory shadow person. Nature, 21 Sept., 2006).

Tito

02 septiembre 2006

Una breve historia de la lobotomía, según Jack El-Hai



"The lobotomist", Jack El-Hai

Un contexto. Situémonos en el siglo XIX. Se discute si la enfermedad mental tiene un origen biológico. Desde la psiquiatría no biológica, Sigmund Freud y el psicoanálisis tienen una gran influencia. Los “psiquiatras románticos” postulan que los pacientes mentales pueden ser tratados mediante instrucciones morales y de conducta. En contra, algunos neurólogos investigan la biología de los estados mentales. Carl Wernicke trata de relacionar síntomas psiquiátricos con áreas cerebrales específicas y Jean-Marie Charcot estudia los orígenes biológicos de la “histeria”. A finales de este siglo Emil Kraepelin agrupa, por primera vez, las historias de los pacientes mentales de acuerdo a la progresión y rasgos de su enfermedad, lo cual facilita la interpretación de los síntomas mentales. A principios del siglo XX las instituciones psiquiátricas están saturadas, en algunos casos los pacientes mentales viven hacinados y sin esperanza. La psicofarmacología apenas existe. ¿Tratamientos? Uno de los principales paradigmas en el tratamiento de la enfermedad mental es el Shock producido por un agente externo o, dicho de otro modo, el efecto curativo del coma y las convulsiones. El psiquiatra austriaco Manfred Sakel comienza a utilizar el coma por insulina para tratar la esquizofrenia. El choque de insulina reduce la glucosa en sangre y, en muchos casos, produce convulsiones. El psiquiatra húngaro Ladislas van Meduna utiliza el metrazol para causar convulsiones en pacientes esquizofrénicos y llega a la conclusión de que las convulsiones producidas por la epilepsia ayudan a los pacientes mentales. Los italianos Ugo Cerletti y Lucio Bini comienzan a utilizar corrientes eléctricas, primero en perros y posteriormente en esquizofrénicos. En muchos hospitales el electroshock remplaza definitivamente a la insulina y al metrazol por su fácil uso y menores riesgos. Normalmente los pacientes no mueren, pero a menudo terminan el tratamiento con varios huesos rotos.

Un inicio. Año 1935. Se celebra un congreso de Neurología en Londres, al cual acuden algunos de los nombres de oro de la neurociencia experimental como Paulov, Wilder Penfield y Egas Moniz. El neurólogo portugués Moniz asiste al congreso con el objetivo de mostrar su nueva técnica pionera de exploración cerebral, la angiografía cerebral. Una sesión del congreso, moderada por John Fulton del Laboratorio de Fisiología de primates en Yale, analiza la fisiología de los lóbulos frontales. Una ponencia, la del psicólogo experimental Carley Jacobsen y colaborador de Fulton. Dos chimpancés, Lucy y Becky. En una serie de experimentos se analiza el temperamento de ambos animales y se describen diferentes alteraciones emocionales como frustración y ansiedad cuando los chimpancés no consiguen sus objetivos. El comportamiento de Becky es descrito como “neurosis experimental”. Después de un periodo de entrenamiento, los experimentadores extirpan los lóbulos frontales del cerebro de estos chimpancés y estudian de nuevo sus respuestas emocionales. La “neurosis” de Becky ha desaparecido, se encuentra menos ansiosa y más calmada (1). Pocos meses después del congreso Moniz y su colaborador Almeida Lima utilizaron por primera vez el “leucotomo” (2) para realizar una lobotomía prefrontal en Lisboa, una técnica quirúrgica que procuraba la ablación total o parcial de la zona más frontal del cerebro de pacientes mentales que sufrían trastornos de neurosis y ansiedad. ¿Fueron los resultados mostrados con Becky los que “inspiraron” al que sería el padre de la lobotomía prefrontal? Algunos piensan que sí, aunque él nunca lo reconoció. En 1936 Moniz mostraba resultados de su primera veintena de lobotomías y acuñaba el término “psicocirugía” en un monográfico publicado y traducido en varios idiomas.

Una técnica. Pero fue Walter Freeman, un entusiasta y ambicioso psiquiatra estadounidense, el principal responsable de la expansión de la lobotomía a lo largo y ancho de EEUU como tratamiento sistemático de las enfermedades mentales. Freeman, que se mantuvo siempre en contacto con Moniz, realizó junto a un cirujano llamado James Watts miles de lobotomías en pacientes mentales. La técnica que utilizaban Freeman y Watts consistía en realizar dos agujeros laterales en el cráneo, en la zona frontal, a través de los que se introducía el “leucotomo”. Una especie de artilugio que mediante su rotación iba seccionando rodajas de la zona frontal del cerebro. Podían ser 6, 9 ,12 o más, normalmente dependiendo de la supuesta gravedad del paciente. De hecho, algunos pacientes eran sometidos a varias lobotomías, según su evolución, en la que se seccionaba una mayor parte de la zona frontal. La edad no era un impedimento para realizar esta operación que se llevaba a cabo también en niños. A partir de 1937, Freeman y Watts empezaron a utilizar otra técnica denominada lobotomía transorbital, ideada por el italiano Amarro Fiamberti. Esta técnica era más rápida ya que consistía en introducir a través de las órbitas de los ojos un artefacto similar a un picador de hielo y rotarlo para destruir la zona frontal del cerebro (3). Este procedimiento se realizaba en pocos minutos y el paciente estaba listo casi inmediatamente. En los años 40, Freeman dejó de trabajar con Watts debido a desavenencias acerca de cómo realizar la lobotomía transorbital. En contra de Watts, Freeman pensaba que esta operación era sencilla, por lo que no requería especiales cuidados de asepsia, y podía ser realizada por psiquiatras (no cirujanos) en cualquier lugar (no necesariamente un quirófano) en un máximo de 15 minutos. Esto, que él demostró casi de manera circense, a veces en cualquier lugar, le trajo problemas con otros colegas.

Unos resultados. La lobotomía prefrontal se llevaba a cabo en pacientes graves que sufrían principalmente trastornos de neurosis, obsesión, ansiedad y depresión. También se realizaba a esquizofrénicos, aunque los resultados eran mejores en síndromes afectivos que en esquizofrenia. Se llegó a plantear su uso como tratamiento en el dolor crónico. ¿Era útil esta técnica psicoquirúrgica? Según Freeman y Watts, aproximadamente el 63% de los pacientes mejoraba, el 23% se quedaba igual y un 14% empeoraba después de la operación. La mortalidad de esta cirugía no era alta, menor que en otras cirugías, pero a veces los pacientes podían sufrir convulsiones como efectos secundarios de la operación. La lobotomía producía importantes cambios en la conducta de los pacientes. Lo cual fue muy criticado por algunos, que pensaban que la lobotomía era una forma quirúrgica de “inducir infancia”, y así, hacer “más manejables” a los pacientes. En opinión del neurocirujano británico William: “nuestro desconocimiento de la función de los lóbulos frontales es total, ¿cómo se puede postular que psicopatologías tan complejas como la esquizofrenia pueden mejorarse simplemente destruyendo ciertas áreas del cerebro?”. El punto de vista de Freeman era diferente. Eran pacientes graves, con serios problemas de inadaptación que les impedía vivir en sociedad y les condenaba a vivir aislados indefinidamente en atestados centros psiquiátricos. Después de la operación algunos de ellos podían volver a tener una vida “digna”, trabajar y tener una familia. Hay testimonios de pacientes que lo confirman. Las capacidades intelectuales, según él, no eran afectadas de manera importante, ya que sólo se trataba la parte emocional de la persona (4).

Un final. El declive de la lobotomía llegó, como no podía ser de otra manera, con los avances en la psicofarmacología. En 1954 aparece la clorpromacina. Los resultados de su uso como tratamiento psiquiátrico son muy esperanzadores y no tan traumáticos como la psicocirugía. Freeman reconoció y utilizó el avance farmacológico producido por la clorpromacina pero siguió confiando en la lobotomía. Según él, la droga ocultaba los síntomas de la enfermedad mental pero no los trataba. Irónico. Exactamente la misma crítica hacían algunos de sus colegas de la lobotomía. En 1964 Freeman recibió a una paciente que solicitaba una tercera lobotomía. Desafortunadamente la paciente falleció a causa de una hemorragia debida a la operación. Ésta sería la última lobotomía transorbital que realizara Freeman en su vida. Poco a poco la técnica fue desapareciendo de todos los hospitales. Freeman continuó muy activo completando sus álbumes con la historia y seguimiento de sus pacientes hasta 1972, cuando murió como consecuencia de un cáncer de colon.

Un titular. “Surgery used in the soul sick”, fue la portada de la revista New York Times el 6 de Junio de 1937. Esperanzador. Pero fue sólo un espejismo. La lobotomía era una forma traumática de alterar el cerebro de los enfermos mentales, y así su conducta, con el objetivo desesperado de eliminar su comportamiento aberrante, en ocasiones humillante. Hoy en día nos parece una abominación, y probablemente lo es. Pero hoy sabemos mucho más acerca del cerebro y de la función crucial que tienen los lóbulos frontales en la esencia de lo que nos hace humanos. Y hoy en día también sabemos que la enfermedad mental tiene un origen biológico..., así como pensaban Moniz y Freeman.

(1) Al contrario que Becky, Lucy se mostró más frustrada y enfadada después de la cirugía.

(2) En realidad, la primera operación que realizaron Moniz y Lima en un paciente consistió en inyectar alcohol (0.2 cm3), como tóxico, en la zona frontal del cerebro, pero los resultados no parecían duraderos.

(3) Con el paso del tiempo, otros neurocirujanos intentaron mejorar la lobotomía transorbital de Freeman. Así por ejemplo en 1947 E.A. Spiegel y H.T. Wycis idearon la cirugía estereotáxica para producir pequeñas lesiones en el cerebro mediante electrodos. Por su parte W. Penfield pretendía eliminar partes del lóbulo frontal mediante “girectomías”.

(4) ¿Por qué destruir parte del cerebro “mejoraba” a los pacientes? Según Freeman y Watts, los lóbulos frontales contenían la personalidad de los individuos, mientras que la emoción residía en el tálamo. En los enfermos mentales existía un desequilibrio [frontal – tálamo] en el que el tálamo predominaba y sus fuertes conexiones con el lóbulo frontal provocaban obsesiones en el paciente. Es lo que llamaban “supremacía emoción sobre razón”. Según ellos, la lobotomía cambiaba la función del tálamo. De acuerdo a su teoría, observaron en estudios postmortem que el tálamo se deterioraba en pacientes lobotomizados.


Tito