Darwin en el cerebro. El triunfo de la biología sobre el espíritu

Este año se conmemoran 200 años del nacimiento de Charles Darwin y 150 años de la publicación de su libro “El origen de la especies". Mucho se ha escrito, y se han hecho eco los medios de comunicación, de lo que representa la contribución de Darwin al entendimiento del mundo natural. Por ejemplo, está claro que la teoría de Darwin de la evolución de las especies representa una magnífica manera de entender la biología en su sentido más amplio (lo que incluye la misma concepción de la Naturaleza Humana). Es decir, si después de Copernico dejamos de ser el centro del Universo, después de Darwin dejamos de ser el centro de la Naturaleza (desterrando eso de “a imagen y semejanza”…). Pero por otro lado, la aplicación de la teoría Darwinista a disciplinas más concretas dentro de la biología puede mejorar el entendimiento y la comprensión de las mismas. Este puede ser el caso de las Neurociencias y el Darwinismo Neuronal, teoría propuesta por el premio Nóbel de Fisiología y Medicina Gerald Edelman.
El Darwinismo Neuronal trata de explicar a través de la llamada Teoría de Selección de Grupos Neuronales (TNGS) el funcionamiento del cerebro. Pero no como si fuese un ordenador, sino relacionando directamente su desarrollo y estructura física con el comportamiento. De esta manera, el Darwinismo Neuronal pretende explicar las capacidades más complejas del cerebro humano, como los fenómenos conscientes, de manera que incluso se puedan construir artefactos conscientes en un futuro (ver entrevista reciente a Edelman). La TNGS, que propone como unidad de selección a grupos de neuronas interconectadas y no a una neurona sola, se podría resumir en los siguientes 3 procesos generales intrínsecos al desarrollo y actividad del cerebro (extraido de su libro, "Bright Air, Brilliant Fire: On The Matter Of The Mind":
1.- Una selección de grupos de neuronas (dependiendo de la actividad competitiva de las neuronas durante el desarrollo y posteriormente en el cerebro maduro).
2.- Una coordinación funcional entre esos grupos neuronales seleccionados (a través de lo que llama “interacciones reentrantes”, que implica la comunicación repetida entre esos grupos de neuronas).
3.- Unos mapas cerebrales globales (donde juega un papel nuclear las interacciones tálamo-corticales). Según Edelman, estos mapas cerebrales globales junto con la memoria son la base de la conducta.
Desde mi punto de vista, el Darwinismo aplicado al funcionamiento del cerebro es una idea genial, sobre todo por su simplicidad. Hay grupos de neuronas, como individuos, que se van a seleccionar dependiendo de su capacidad para interaccionar con el medio. En el cerebro, esta capacidad se mide por la mayor o menor actividad de unos grupos de neuronas en competición con otros. Así, se seleccionarán los grupos neuronales que tengan una mayor actividad porque proporcionarán “mejores respuestas conductuales” (más adaptativas) (sensoriales/motoras) en la interacción del cerebro, del organismo, con su entorno. Y esto es simple. El Darwinismo Neuronal no propone programas o algoritmos complejos, si no que lo importante es la información que proporciona la experiencia al interaccionar con el entorno. De hecho, esta teoría no considera al cerebro como un computador porque no se ejecuta un programa o algoritmo determinado con unos códigos programados para realizar una conducta específica. Más bien se selecciona un grupo neuronal que aporta una respuesta conductual apropiada de acuerdo a criterios internos de valor, aportados por la experiencia.
Finalmente, a parte de la aplicación del Darwinismo al funcionamiento del cerebro, no podemos olvidar la crucial contribución que hace Darwin a las neurociencias. Y es que desde Darwin el cerebro, al igual que el ser humano, pertenece al ámbito de la biología, de lo natural. Es decir, el comportamiento humano, fruto de la función cerebral, es también natural y por tanto se puede explicar sin la necesidad de espíritus o almas que moren en nuestro cerebro. Y así lo sugieren las incontables pruebas experimentales de las que disponemos hasta la fecha. Aunque mucho me temo que, al igual que ocurre con la teoría de la evolución de las especies de Darwin (ver, por ejemplo, el Diseño Inteligente), todavía habrá algunos reacios a aceptar la clara victoria de la biología como base de nuestra conducta sobre el alma y los espíritus. Ya veremos cuántos más Copernicos y Darwins serán necesarios para cerrar definitivamente las puertas del Paraíso.
Tito
El Darwinismo Neuronal trata de explicar a través de la llamada Teoría de Selección de Grupos Neuronales (TNGS) el funcionamiento del cerebro. Pero no como si fuese un ordenador, sino relacionando directamente su desarrollo y estructura física con el comportamiento. De esta manera, el Darwinismo Neuronal pretende explicar las capacidades más complejas del cerebro humano, como los fenómenos conscientes, de manera que incluso se puedan construir artefactos conscientes en un futuro (ver entrevista reciente a Edelman). La TNGS, que propone como unidad de selección a grupos de neuronas interconectadas y no a una neurona sola, se podría resumir en los siguientes 3 procesos generales intrínsecos al desarrollo y actividad del cerebro (extraido de su libro, "Bright Air, Brilliant Fire: On The Matter Of The Mind":
1.- Una selección de grupos de neuronas (dependiendo de la actividad competitiva de las neuronas durante el desarrollo y posteriormente en el cerebro maduro).
2.- Una coordinación funcional entre esos grupos neuronales seleccionados (a través de lo que llama “interacciones reentrantes”, que implica la comunicación repetida entre esos grupos de neuronas).
3.- Unos mapas cerebrales globales (donde juega un papel nuclear las interacciones tálamo-corticales). Según Edelman, estos mapas cerebrales globales junto con la memoria son la base de la conducta.
Desde mi punto de vista, el Darwinismo aplicado al funcionamiento del cerebro es una idea genial, sobre todo por su simplicidad. Hay grupos de neuronas, como individuos, que se van a seleccionar dependiendo de su capacidad para interaccionar con el medio. En el cerebro, esta capacidad se mide por la mayor o menor actividad de unos grupos de neuronas en competición con otros. Así, se seleccionarán los grupos neuronales que tengan una mayor actividad porque proporcionarán “mejores respuestas conductuales” (más adaptativas) (sensoriales/motoras) en la interacción del cerebro, del organismo, con su entorno. Y esto es simple. El Darwinismo Neuronal no propone programas o algoritmos complejos, si no que lo importante es la información que proporciona la experiencia al interaccionar con el entorno. De hecho, esta teoría no considera al cerebro como un computador porque no se ejecuta un programa o algoritmo determinado con unos códigos programados para realizar una conducta específica. Más bien se selecciona un grupo neuronal que aporta una respuesta conductual apropiada de acuerdo a criterios internos de valor, aportados por la experiencia.
Finalmente, a parte de la aplicación del Darwinismo al funcionamiento del cerebro, no podemos olvidar la crucial contribución que hace Darwin a las neurociencias. Y es que desde Darwin el cerebro, al igual que el ser humano, pertenece al ámbito de la biología, de lo natural. Es decir, el comportamiento humano, fruto de la función cerebral, es también natural y por tanto se puede explicar sin la necesidad de espíritus o almas que moren en nuestro cerebro. Y así lo sugieren las incontables pruebas experimentales de las que disponemos hasta la fecha. Aunque mucho me temo que, al igual que ocurre con la teoría de la evolución de las especies de Darwin (ver, por ejemplo, el Diseño Inteligente), todavía habrá algunos reacios a aceptar la clara victoria de la biología como base de nuestra conducta sobre el alma y los espíritus. Ya veremos cuántos más Copernicos y Darwins serán necesarios para cerrar definitivamente las puertas del Paraíso.
Tito