22 junio 2006

Sheldrake, Eccles y la mecánica cuántica



Recientemente hemos recibido una airada crítica de “un estudiante de cuarto curso de la facultad de psicología de la Universidad Complutense de Madrid” a nuestro comentario de hace casi un año sobre un artículo aparecido en El País Semanal que elogiaba las “revolucionarias” ideas de Rupert Sheldrake. Junto a lindezas del tipo “Su actitud escéptica hasta la irracionalidad y la naúsea, no sustentada por ningún tipo de dato empírico y propia del reaccionarismo más retrógrado y caduco” (que obviamente no van a ser el objeto de este apunte), el estudiante anónimo apunta a la mecánica cuántica como elemento clave para entender las teorías de Sheldrake (y de John C. Eccles, al que también cita, y sus microespacios sinápticos): “Y llendo al núcleo de la cuestión: ¿conoce algo sobre la mecánica cuántica? ¿Sabe que los procesos de intercambio de información en lo referente a los campos de probabilidad no necesitan ni materia ni energía? Creo que la mecánica Newtoniana, aunque todavía válida en el nivel dimensional medio, se queda obsoleta para el rango dimensional de las sinapsis, por ejemplo.” (he respetado la ortografía original). Sorprende que un estudiante de psicología de lecciones sobre mecánica cuántica, tema en el que me reconozco un profano, con suficiente seguridad para relacionarla con la neurofisiología de la sinapsis. Pero aprovecho para comentar un artículo publicado en Nature de título esclarecedor “Quantum mechanics in the brain” publicado por Christof Koch y Klaus Hepp. Koch es uno de los científicos más importantes dedicado a la búsqueda de los “correlatos neuronales de la conciencia”, tema en el que colaboró muchos años con el fallecido Francis Crick. La conclusión del artículo de Koch es que “Es bastante probable que la base material de la conciencia pueda ser comprendida dentro de un marco puramente neurobiológico, sin invocar ningún deus ex machina cuántico.” Para llegar a esta conclusión se basa primero en que no existe ningún componente del sistema nervioso que presente un “comportamiento cuántico” ya que todos son estructuras macroscópicas que pueden ser entendidos como objetos sujetos a la mecánica clásica. Y segundo, y a mi juicio más importante, que el sistema nervioso posee una enorme capacidad de procesamiento de información que puede explicar procesos neuropsicológicos de enorme complejidad. Es decir, el hecho de que aún no conozcamos en detalle como las herramientas “computacionales clásicas” del cerebro son capaces de llevar a cabo dichos procesos complejos no implica que sea necesario recurrir a, por ejemplo, la mecánica cuántica para comprenderlos. Como el mismo Koch dice: “¿Por qué la evolución habría optado por la computación cuántica si las redes neuronales clásicas son enteramente suficientes para resolver los problemas encarados por los sistemas nerviosos?”

Por cierto, en un momento del artículo Kock menciona los qualia (el carácter subjetivo de las experiencias conscientes) como, según algunos autores, los elementos constitutivos de la conciencia. Precisamente acabo de leer un artículo del filósofo del MIT Alex Byrne, titulado “What mind-body problem?” en el que crítica la sobrevaloración que se hace de los qualia a la hora de entender la conciencia. La idea que Byrne plantea es que el carácter subjetivo de la experiencia depende del “aparato perceptivo” lo que haría que nuestra percepción de entidades físicas como un tomate o un relámpago sea diferente a, por citar los ejemplos del artículo, la percepción que de ellos tendría un murciélago o un marciano. Por eso concluye que “entender la conciencia puede ser más fácil de lo que se piensa”. No me extiendo más porque lo que quería era tener una excusa para enlazar este interesante artículo, del que tuve conocimiento, una vez más, a través de Mind Hacks. Por cierto en la página personal de Alex Byrne hay una sección con otros interesantísimos artículos, como este "Is snow white?" sobre la percepción del color.

En relación con Eccles y sus teorías sobre la interacción mente-cerebro, el comentario de nuestro estudiante anónimo no puede ser más oportuno. Uno de los últimos números de Progress in Neurobiology, una de las revistas más citadas en el campo de las neurociencias, está íntegramente dedicado al legado científico de Eccles, principalmente en el estudio de las sinapsis. El último artículo, escrito por una antiguo colaborador de Eccles, Benjamín Libet, revisa su contribución a la comprensión del problema de la conciencia. Según Libet, dicha contribución se encuadra principalmente en el “plano filosófico”, ya que “los modelos de Eccles sobre la interacción mente-cerebro fueron presentados sin ninguna evidencia experimental o diseño experimental para su estudio”. Libet revela que el propio Eccles reconocía que sus hipótesis (especialmente las relacionadas con la mecánica cuántica) no podían ser falsadas (criterio requerido para que una hipótesis tenga validez científica) pero afirmaba a continuación que “tenían poder explicativo, y, por tanto, él creía que tenían alguna utilidad e incluso validez”. Afortunadamente Eccles no aplicó estos mismos criterios a otras áreas de su trabajo en neurociencias y en reconocimiento de ese trabajo recibió en 1963 el premio Nóbel en Medicina.

Para concluir, la mecánica cuántica es, por su “extrañeza”, campo abonado para que florezcan teorías ad-hoc que expliquen fenómenos paranormales de los cuales no se ha probado previamente su existencia. El estudiante anónimo cita estudios realizados al parecer en la Universidad Complutense de Madrid, con resultados tan asombrosos como que un 95% de sujetos ciegos se encontraban por encima de la mediana en “detectar cuando nos miran por la espalda”. No entraré a polemizar sobre este tipo de estudios (ya incluimos un enlace a una crítica publicada en Skeptical Inquirer en nuestro apunte original) pero sería interesante que se nos informara de la referencia de publicación de dicho estudio, elemento básico en el método científico, pues permite que el estudio se repita o se critique. Pero poco podemos esperar ya que previamente el estudiante anónimo nos ha ilustrado sobre lo que opina sobre este asunto: “Y, por otro lado, ¿Nature es el “criterio científico” por excelencia? Tengo entendido que hay otras revistas de igual prestigio, ¿no?” ¿Se refiere al Journal of Parapsychology o al Journal of the Society for Psychical Research, donde publica regularmente Rupert Sheldrake? En fin, nos contentaremos con ladrar por las esquinas nuestro reaccionarismo más retrógrado y caduco.

Lupe

06 junio 2006

Los renglones torcidos de Dios..., y el demonio


El demonio es un espíritu sobrenatural que incita al mal y guía la vida de los hombres. A lo largo de la historia el demonio ha exaltado la imaginación humana, desde la astuta serpiente del Génesis, pasando por el embaucador Mefistófeles de Goethe hasta el terrorífico espíritu que posee a la niña en la película “El Exorcista”. Es precisamente esta última, la posesión demoníaca, una de las facetas más extravagantes del demonio. Pero, ¿cómo sabemos cuándo un individuo está endemoniado? Intuitivamente parece fácil. En primer lugar por el carácter “sobrenatural” de la alteración que provoca en el cuerpo del sujeto que posee. Así por ejemplo, un sujeto endemoniado parece hacer cosas en contra de su naturaleza física, como contraer sus músculos de manera no fisiológica (contracciones tónico-clónicas), echar espumarajos por la boca y emitir extraños sonidos guturales o exhibir otras alteraciones del lenguaje. Y en segundo lugar, por la maldad manifiesta de que hace alarde en su comportamiento. Como por ejemplo, ser desinhibido socialmente, inmoral o blasfemo. Añadido a ello, un endemoniado puede ver a Dios y a Satán, puede tener sensaciones extrañas (como estar fuera de su cuerpo) y mostrar distintas personalidades. ¿Quién, si no un ente sobrenatural y maligno como el demonio, podría degradar de tal manera el comportamiento humano?

Desafortunadamente para los amantes de los exorcismos, el agua bendita y la Palabra de Dios, y gracias a los avances en el conocimiento del cerebro, ya nos vamos dando cuenta de que el demonio no es un espíritu maligno, sino el reflejo de una alteración en la función cerebral (a no ser que pensemos que el demonio sólo posee a aquellos que sufren una patología cerebral..., “Un dragón en el garaje” de Carl Sagan). Sin embargo reconozco que las enfermedades que afectan al cerebro alteran nuestro comportamiento de tal manera que, en algunos casos, pueden poner en duda su origen natural y, por tanto, favorecer una visión espiritual (sobrenatural) de la Naturaleza Humana. ¿Que una lesión o infección o, en definitiva, un daño en 1200-1400 gr de materia orgánica, un amasijo de células aparentemente revueltas, puede alterar lo que soy yo, cómo me comporto, lo que pienso de la vida o si creo en el Bien y el Mal? ¿Alterar la esencia de lo que nos hace humanos? Pues así es. De hecho, las “endemoniadas” alteraciones en el comportamiento descritas en el párrafo anterior pueden ocurrir en la epilepsia ("Neuropathology and legacy of spiritual posesión"), una alteración en la actividad eléctrica de grupos de neuronas en nuestro cerebro. O también, algunas de ellas, en otras enfermedades psiquiátricas como el síndrome de Tourette o la esquizofrenia.

Hoy más que ayer, hemos vencido al demonio, ese espíritu maligno, y reconocemos la enfermedad neurológica y mental como algo natural. O en otras palabras, parafraseando el título de la novela de Torcuato Luca de Tena, hemos ido asumiendo que quien tuerce la Escritura de Dios no es el demonio, sino la propia gramática que da forma a dicha escritura. ¡Bravo! Pero, ¿y los espíritus benignos? Dignidad, altruismo, moral y responsabilidad, libre albedrío... Estos valores representan para muchos el Bien, la espiritualidad indudable de la Naturaleza Humana. O, ¿acaso aceptamos que estas cualidades dependen también de la actividad de nuestro cerebro ("Does neuroscience threaten human values?") Creo que aún no lo hemos asumido..., o no nos atrevemos a aceptarlo. Pero a buen seguro que desterraremos también a estos espíritus benignos. Aunque para entonces habrá que replantarse demasiadas cosas en cuanto a la forma en la que piensan nuestras sociedades.

Tito